Las Siamesas EE.II.
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Podrías disimular un poco, dice la madre. Qué, dice la hija. Que no me aguantás. Si te quedaste sola, no fue por mi culpa, dice”. Las palabras escritas por Guillermo Saccomanno en su cuento Las siamesas resuenan en la adaptación al cine dirigida por Paula Hernández (ver entrevista aparte), un film de cámara intencionalmente asfixiante, con un dejo teatral que no parece inconsciente. Rita Cortese y Valeria Lois –ambas precisas, jugando al límite del arquetipo pero sin deslizarse nunca hacia la banquina– son Clota y Stella, madre e hija. Queda claro bien de entrada que la relación entre ellas es absolutamente dependiente, casi simbiótica, saltando de un “te quiero” al “te detesto” sin solución de continuidad, ida y vuelta. Viven en la ciudad de Junín, las dos juntas en la misma casa, y ya los preparativos para un viaje a la costa, cerca de Necochea –cortesía de un par de departamentos heredados de ese padre ausente y ahora definitivamente ido– demuestran que, ante el menor atisbo de disidencia de uno u otro lado, las cosas pueden derivar en enojos e injurias.